sábado, 1 de abril de 2017

Relatos de Malvinas: Adolfo Imizcoz - Carlos Haw - José Luis Soto



Adolfo Imizcoz: “Estábamos
preparados casi hasta para morir”

El juninense estuvo embarcado en uno de los buques que transportó a los buzos tácticos que tomaron las islas el 2 de abril de 1982.


Adolfo David Imizcoz (clase 1962) y  prestó servicio en la Armada, embarcado en el destructor “Hércules”.

El desembarco

“Yo era suboficial y el barco donde estaba junto con el “Santísima Trinidad” –rememora-, fue uno de los dos que transportaba a los buzos tácticos que tomaron las islas el 2 de abril. El 1 de abril, a las 10 de la noche estaba frente a Malvinas, a doscientos metros. Los que tomaron la isla bajaron a las 10 u 11 de la noche, rodearon la casa de gobierno y se armó un tiroteo, donde murió el capitán de Corbeta Pedro Edgardo Giachino”.

Recuerda Imizcoz que “todo comenzó el 27 o 28 de febrero en Mar del Plata. Estaba en un barco inglés que tenía la misma tecnología que toda la flota que después fue a Malvinas; el barco donde estaba yo era gemelo con la Sheffeld (barco que finalmente hundió la armada). El objetivo del operativo era saber el alcance que tenían los radares, sonares, misiles, antimisiles, etc”.

“Tras la licencia –sigue contando el ex combatiente- nos reincorporamos los primeros días de marzo y cargamos los barcos de alimentos, armas y combustible y el 29 ó 30 de marzo salimos a navegar. Habían pasado 24 horas de navegación, en el medio del mar nos llama el comandante Molina Pico a toda la dotación a formación general en una pista de helicópteros. Para las máquinas y nos avisan: “Señores, esto es un hecho histórico, se los decimos en el medio del mar para que no haya escape de información en el territorio: 
Vamos a tomar las Islas Malvinas” Nos quedamos sin palabras. Y agregó:“Todos los buzos tácticos que llevamos embarcados serán los de avanzada, que van a tomar la isla, se tratará de no derramar sangre”.

“En ese momento –reconoce- me sentí eufórico. No sabíamos con qué nos encontraríamos, pero estábamos preparados. Creo que estábamos preparados casi hasta para morir”.

Preparado para morir

Imizcoz comenta que procedí “de una escuela militar desde los dieciséis años. Te lavan la cabeza en la marina. Del 79 al ´81 estuve en la ESMA, si veía uno con pelo largo era un extremista, un estudiante de filosofía, un dirigente sindical, un político era un zurdo. Desde esa óptica también te preparaban para arrastrarte con los codos, aprender a usar todo tipo de armas, lucha cuerpo a cuerpo, supervivencia y natación. Es otra mentalidad la de un soldado, estábamos preparados; eso creíamos”.

Pero sostiene: “Cuando empezó a llegar la flota inglesa, los gurkas, caímos en la realidad y empezamos a sentir miedo: nos van a matar, decíamos”, expresa a renglón seguido.
Ya había pasado el 2 de abril, y antes del 1 de mayo, navegábamos cerca de las costas de Sudáfrica y los vimos venir, nos dimos cuenta de lo que pasaba y sentimos miedo. Le escribí varias cartas a mi mamá diciendo que estaba todo bien, y en una carta que le envié a una tía, que era como mi mamá le puse “estamos hasta las manos”.

A mi tía le dije la verdad y que la quería mucho, que le mandara saludos a mi vieja. Estaba preparado para morir. Hice clic y no me importaba nada: ya me había despedido y estaba con el salvavidas puesto en un barco. Estás muy limitado: en la tierra te tiran algo y disparas; en un barco, si se cae, nos caemos todos. Vivo gratis ahora, después de todo eso”.

El dolor por los amigos del Belgrano

En su relato, Imizcoz también rescata de la memoria el hundimiento del crucero “General Belgrano”. Y dice: “No había comunicación como ahora; el crucero estaba lejos de nosotros (en la zona de exclusión). Creíamos que los que estaban en el crucero tenían suerte porque era como un acorazado, tenía paredes de 60 centímetros “Si voy al crucero estoy salvado”, pensábamos. Nosotros ahí teníamos más que afectos, hermanos teníamos. Se salvaron creo que 600 ó 700, murieron 323. Aparecían listas y nosotros preguntábamos; estábamos muy pendientes y no aparecía ninguno, era una locura”.

“Tristeza e impotencia –agrega-. También, para esa época bombardearon el “Alférez Sobral”, un barco barreminas y los mataron a casi todos, y ahí también teníamos amigos. No teníamos a nadie que nos contuviera. Era la guerra pero fue algo muy duro; yo tenía un amigo…Todavía me duele”.
“Después seguimos navegando, hacíamos guardias, trabajábamos. Estábamos siempre en la línea de combate”, relató.

¿Cuándo terminó?

“No se terminó –dice en forma contundente el ex marino cuando hace referencia a la parte final del conflicto bélico-. Pero en el almanaque es medio extraño; no me acuerdo porqué quisieron tapar todo llevándonos a Ushuaia. El 14 de julio llegamos al puerto y nos dieron una especie de licencia”.

“Cuando volví –añade-, ni vine a mi casa, estaba como perdido. Llegué al puerto y nos fuimos a navegar. No querían que se supiera lo que nos había pasado: En Ushuaia nos dieron plata para que fuéramos a cabarets, que allí había mujeres. Nos llevaron a una excursión a esquiar; con turismo nos querían hacer olvidar. Creo, que hasta nos hicieron firmar algo sobre no contar nada sobre nuestras vivencias en la guerra”.

“En este momento –relata- yo empecé a tener la idea de irme de la Armada. Estaba desilusionado. A la vuelta, todavía me faltaba un año para terminar el secundario; me puse a estudiar, después de todo lo que había visto, quería volcarme a la vida civil”, sostiene.
Y el retiro de la Marina llegó en 1984. “El día que renuncié tuve una mezcla de sensaciones –cuenta- No hubo alivio, porque a mi me gustaba navegar, me gusta el mar. Todos los años me voy de vacaciones al mar, porque me gusta tocarlo, necesito tocarlo. Yo tenía como una comunión con él, pasé muchas horas mirándolo antes y durante la guerra. Era como un confesionario. Pensaba mucho en mis amigos del Belgrano, en dónde podían estar. Hay un círculo que no se cerró. Tenía, también, ganas de hacer otra cosa”.

“Hoy no siento que todavía estoy en guerra; pero a veces creo que exploto, por eso hago karate tres veces por semana, ahí descargo todo. Es que quedamos marcados; alguien nos puede ver en un asado todos juntos y decir "estos tipos están bien". No estamos bien, estamos controlados. Por suerte tuve muy buenas contención de mi familia. Mis hijos me han hecho muy bien. Está bueno contar esto, es una descarga”, se sincera Adolfo en la parte final de su relato.




El Centro de Veteranos de Guerra junto a la UNNOBA hizo realidad el jueves 14 de junio de 2012 su libro “Presente”, compilación de relatos, vivencias y anécdotas de ex combatientes de Junín.



Carlos Hauw: “La falta de coordinación nos jugó en contra”

El ex combatiente hizo el Servicio Militar Obligatorio en la Marina durante la guerra. Rememora los duros momentos vividos en las islas durante el conflicto.


El juninense  Carlos Hauw (foto)  hizo el Servicio Militar Obligatorio en la Marina y al momento del conflicto hacía un año que estaba enrolado. En Río Santiago, junto a otras veinte personas, realizó un curso básico de enfermero siendo destinado a la base aeronaval de Punta Indio, en la Bahía de Samborombón.

Como testimonio personal recuerda: “Mi familia estaba compuesta por mis papás y una hermana; ella sufrió mucho la guerra, creo que más que yo. Todos la pasaron mal. Ellos escuchaban Radio Colonia, para enterarse de algo. Sobre mi no tuvieron información. Desde Malvinas envié cartas y dos telegramas y no recibieron nada”.

Participación en el conflicto

“El 2 de abril –rememora- lo viví en casa porque estaba de vacaciones y tuve que volver a Punta Indio. Cuando llegué seguía la vida normal. Nos levantábamos igual, todos los días para la formación hasta que un día vimos que se habían llevado a un grupo grande; sabíamos que habían partido hacia Malvinas o a cubrir la zona del sur.  No recibimos mucha información de lo que pasaba y nosotros tampoco preguntábamos”.

Y sigue contando: “El 20 de abril a un chico de Pergamino y a mí nos dicen que tenemos que ir al pañuelo a buscar la ropa porque “saben adonde van”. Le escribí una carta a mi familia contándole. Al día siguiente fuimos al edificio Libertad, de ahí al aeroparque, de donde partimos hacia Bahía Blanca; desde allí nos volamos hacia Comodoro Rivadavia para terminar, finalmente, en Malvinas”.

El aterrizaje en Malvinas se produjo el 26 de abril y “allí nos fueron destinando, en mi caso, junto con otros tres, fuimos al hospital de Malvinas. No sabía el nombre del lugar donde estaba, son cosas que estoy averiguando ahora; en su momento ni me preocupé en preguntar cómo se llamaba. Me quede con la gente del BIM 5 (Batallón de Infantería de Marina número 5), como ellos habían llegado el 8, ya tenían pozo y solo tuvimos que armar la carpa”.

 “Tengo muchos recuerdos de esos días, de cosas que pasaron; las bombas que cayeron cerca, por ejemplo.  Una de ellas fue tan cercana, que estando en el pozo caí sentado.
El  14 de junio, cuando todos bajaban de la colina, a nosotros nos dijeron que el BIM 5 no se rendía, así que tomamos el camino contrario al resto, caminamos hacia la costa. Nos caían las bombas, pero no nos importaba nada. Llegamos a un acantilado, en la arena, a unos metros de nosotros cayó un mortero que no explotó”, expresó.

Un día en Malvinas

La vida de Hauw y otros soldados transcurría en un pozo donde “tenía que andar medio agachado, porque de profundidad me llegaba a los hombros. Las dimensiones eran de un metro ochenta por uno veinte, más o menos. Éramos dos soldados y había un cabo que estaba a cargo. Durante el día nos juntábamos con otros 7 ú 8 más”.

“Cerca de las cinco -agregó- anochecía y comenzaban las guardias de dos horas.  De día teníamos que andar cubriéndonos. Bajábamos de la colina en donde estábamos, hacia un galpón donde estaba la comida. A la mañana era el desayuno: mate cocido o chocolate caliente, que transportábamos en ollas térmicas. A veces, si tenías tiempo, con lo que podías te afeitabas”.

Y siguió contando de aquellas fechas: “Las noches en Malvinas fueron cerradas y frías. El 14 de junio, fue la noche que se hizo de día, por el bombardeo. Eran noches de miedo, porque teníamos alertas rojas, violetas, por desembarcos, de comando, etc. En mi caso, ni siquiera tenía los códigos, no sabía lo que era un santo y seña. Fue terrible.  Después veíamos que iban los grupos a la rendición, y uno que quería ir con ellos porque estaba agotado después de sesenta días, y sin embargo partimos para el lado contrario. La Marina, El Ejército y La Aeronáutica tenían sus autoridades y mandos diferentes. Parecían tres ejércitos distintos pero todos éramos Argentina; esta falta de coordinación nos jugó en contra”, rememoró.

Y un dato más: “Me acuerdo de pasar  por el aeropuerto y ver los refugios llenos de comida que no nos había llegado. Y eso que en mi caso, tuve un plato de comida todos los días, pero también reconozco que con esta alimentación uno podía aguantar a lo sumo quince días. En los últimos días no me importaba nada, en lugar de correr caminaba. Pensaba en mi familia, en que quería volver; pero ahí era supervivencia y quizás la supervivencia significaba también, que te cayera una bomba encima y se terminara todo. Cuando volví, que dormí por primera vez en una cama, me dolieron los dedos de los pies y cuando jugué al fútbol igual. Fue por el frío”.

El regreso

Un duro recuerdo sigue fresco en su mente: “Un día antes de volver, tuvimos que enterrar a cuatros compañeros. Nos vinieron a buscar los ingleses y fuimos a la montaña. A medida que encontrábamos los cuerpos los enterrábamos. Lamenté no saber sus nombres”.

Hauw y otros soldados retornaron al continente en el Irizar.  Uhuaia, Río Grande, Ezeiza, el edificio Libertad, Punta Indio y luego Junín fue el periplo de su regreso: “Llegué solo, de noche, en mi casa no tenían teléfono así que no sabían nada. Mi mamá había recibido un telegrama que decía que estaba bien, pero hacía 10 días, así que me había estado buscando por todos lados”, rememoró.

Tras la vuelta, llegó el duro hecho de reinsertarse, de tejer una vida y entretanto convivir con el duro saldo que deja una guerra. Comenzó a trabajar en YPF y a cursar el profesorado de Ciencias Económicas y luego la carrera de  Analista de Sistemas. Cuando empecé a estudiar me relacioné bien con la gente, pero no hablaba de lo mío”.

“Con el tiempo –agregó- pude hablar más, aparte acá ya te veían en el desfile. Es más, mi esposa, se enteró al verme en un desfile. Nos conocimos en  2004, y había hablado durante meses del trabajo y otras cuestiones pero de la guerra no. Después le conté y ella me comentó que se había carteado con un combatiente, estaba en tema. Y yo siempre había pensado que nunca me iba a poder relacionar con una persona que no estuviera involucrada”. En 2004 ingresó a Región Sanitaria y fue efectivizado en 2009.

Siguió contando de lo traumático de aquellos días después de la guerra: “En el año ´90, estaba en YPF y un compañero me dijo, si yo hubiera estado en tu situación me colgaría un cartel que dijera “Yo estuve en Malvinas”. Y yo nada que ver. Trataba de no decir nada, me daba como una especie de vergüenza. No quería quedar rotulado, que me discriminaran por haber estado en una guerra. Ahora es diferente, porque estamos en grupo y hablamos entre nosotros”.

“Hoy tengo –agregó- una familia, con un bebé de trece meses, Andrés. El 2 de abril vino conmigo a desfilar y lo llevé con orgullo; no quiero exigirle ni presionarlo, que el pregunte cuando quiera. A mi me impusieron muchas cosas, como la colimba; y no quiero que con él sea así.  Se lo voy a contar, primero quizás como un cuento y después como algo más serio. La guerra me marcó mucho, por un lado creo que maduré pero también me hizo angustiar más de lo que quería. 

Estar allá fue…horrible. El clima, la comida, el desgaste, era para estar quince días, que era el tiempo en que iba a llegar el relevo. Pero llegó un momento en que no pudimos más: no había respuestas, se terminaba la comida, no podíamos ni pensar. Queríamos que terminara esa pesadilla. Esa es la palabra que define realmente lo que pasé: pesadilla”.


José Luis Soto: Ser militar en tiempos de guerra


El relato del sargento ayudante José Luis Soto. La óptica de un soldado que eligió el Ejército, sabiendo las responsabilidades que ello traía aparejado. “Nosotros estábamos en el medio del campo combatiendo, ya casi sin municiones porque no teníamos forma de reponerlas. Nos bombardeaban día y noche. No dormíamos”, recuerda.


Los integrantes del Centro de Veteranos de Guerra “Islas Malvinas” de nuestra ciudad han decidido contar sus experiencias personales sobre el conflicto del Atlántico Sur, treinta años después, como una forma de dejar plasmado lo que significó para ellos ese trágico episodio en la historia argentina.

En la octava entrega de esta serie de notas, LA VERDAD presenta el relato de José Luis Soto quien actualmente tiene 60 años. Hace treinta años pertenecía a una unidad de paracaidistas de artillería que tenía asiento en Córdoba y en las Malvinas estuvieron emplazados en el Monte “Dos Hermanas”.

Carrera militar

Tenía el grado de sargento ayudante “y con toda mi predisposición, porque esto había sido mi voluntad, mi elección como forma de vida. Esto lo aclaro para que no se mezcle con el tema de los chicos, la experiencia, etc., que, por otro lado, no comparto de ninguna manera. Tengo mis fundamentos, como soldado: hubo cuadros de la misma edad, por lo cual pienso que la edad no se puede tomar como pretexto”, afirmó.

Nació en San Miguel de Tucumán, donde tras pasar por un colegio salesiano, abrazó la carrera militar siguiendo su vocación. Ingresó a las fuerzas armadas a los 15 años.
“Desde que ingresamos en las Fuerzas Armadas –recordó- nos inculcan la defensa nacional; tuvimos cursos en diferentes lugares donde nos preparaban, por ejemplo, para el conflicto, esa es la misión del Ejército. A eso de refiere este entrenamiento: no es a salir a pelear, sino a prepararse mentalmente para la función de cada uno, por ejemplo, no es para ir a la oficina o a vender algo, es para defender la patria”.

Estaba destinado en Córdoba cuando se convocó a su unidad por la Guerra de Malvinas, porque se necesitaba mandar una unidad de paracaidistas profesionales. “Si bien, como dije antes, estábamos preparados para esto, la sensación en esos días fue de incertidumbre. En lo que iba del siglo XX el Ejército no había participado de ninguna guerra. Por otro lado me sentía contento porque iba a satisfacer, y en plenitud, mi vocación. Fue una satisfacción muy grande participar en algo para lo que estaba preparado”.
Contó que su unidad era de artillería “y fuimos con 263 efectivos, me acuerdo de todo: tres baterías. La plana mayor y la parte de logística (cocineros, enfermeros, etc.). Lamentablemente, durante el conflicto fallecieron 4 soldados, y otros quedaron heridos; estos se recuperaron luego. Tuvimos suerte, porque los ingleses emplearon alguna munición no adecuada, por eso tuvimos pocas bajas; sino podríamos haber perdido fácil el 50%. Las municiones no nos llegaban, solo la onda expansiva de las explosiones. Eso nos salvó”.

Días terribles

“Hubo varios momentos de acción durante el conflicto, recuerdo muchos –señala-. Si tengo que mencionar uno puede ser hacia el final, que me sentí muy indefenso. El penúltimo día, para ser más exactos, no teníamos forma de defendernos, estábamos a la deriva. La cuestión era como llegar a rendirnos de la mejor forma posible”.

“Nosotros –sigue rememorando- estábamos en el medio del campo combatiendo, ya casi sin municiones porque no teníamos forma de reponerlas. Nos bombardeaban día y noche. No dormíamos. Esto sirve para quebrar la voluntad al enemigo: se los ataca en los horarios de descanso de los soldados, no se los deja reponerse. Entonces se los mata psicológicamente con el cansancio, con la incertidumbre, con el miedo. Y eso fue lo que nos hicieron en los últimos tres días. El bombardeo empezaba a las 10 de la noche y terminaba a las 6 de la mañana”.

“Fueron días terribles, porque uno no tenía lugar físico donde guarecerse por temor a ser alcanzado por un proyectil. En cualquier momento te podían matar, y ya sin combatir, porque los últimos días solo tratábamos de escondernos. Era un sálvese quien pueda. La situación me tenía realmente mal, no solo por mí; yo tenía siempre a dos soldados conmigo, que eran los que me seguían directamente, y después había quince más”, señaló..

Los días posteriores a la Guerra

Luego de la rendición fue tomado prisionero. “Pasamos muchísimo frío –recuerda Soto de aquellos días aciagos-, y no estábamos en condiciones de soportar nada. En mi caso, pude pasarlo mejor porque me mantenía, dentro de todo, en buen estado físico. Dormíamos cuando el sueño nos vencía, no estábamos bien arropados, teníamos una sola manta con la que nos envolvíamos. Luego de estos días nos mandaron a un barco inglés, que nos trajo al continente, hasta Buenos Aires.

“Recuerdo el malestar de ser prisionero, el menosprecio y esa frustración que uno tiene como profesional: fracasamos. La sensación era de vacío y de pérdida. Nosotros habíamos ido a ganar. Veníamos de la guerra, si no escuchábamos a nadie de afuera, no íbamos a poder salir de eso”, sostuvo.

El regreso

Cuando volvieron al país, fueron llevados a Campo de Mayo “Nos juntaron a todos, e hicieron la estadía de preparación para el nuevo contacto con la sociedad. Tuvimos reuniones con los jefes de acá, y con psicólogos para el grupo, e individualmente. Nos hicieron un test. También nos dieron toda ropa nueva. Esto duró una semana. Fue un cambio de situación”, recordó.

Y cuenta: “Se intentaba reestablecernos, a como estábamos antes; esa era la idea. Pero no. Las cosas que se viven quedan y te modifican. Uno las puede tolerar más porque se tuvo tiempo para reflexionar. Quedó un resentimiento, en cuanto a las cosas que se hicieron mal, a quienes actuaron mal. Siempre quedan mal nuestros superiores, por el mismo sistema verticalista que tenemos”.

“Hubo conflictos personales, en general: pudimos comprar actitudes tenidas durante la guerra, quién hizo, quién no hizo. Con respecto a mi actuación, creo que siempre estuve a disposición; hice lo mejor que pude. Al poco tiempo se desmembró la unidad, y cada uno tuvo un destino diferente. En mi caso puede elegir, y opté por venir a Junín”, señala.

El encuentro con la familia

Con su esposa e hijos (en ese momento una nena de 4 años y un varón de 7 meses) se reencontraron en Córdoba. “Yo tengo tres hijos, y con los dos primeros, varias veces tuve que irme por meses de mi hogar. Cuando nació la primera, en el 78, fue el conflicto con Chile por el Beagle, por ejemplo, y estuve ausente y luego pasó algo similar con mi segundo hijo con Malvinas. Mi tercera hija, por suerte, me tuvo todo el tiempo”, afirma.

El después…

Sobre los días posteriores al regreso, recuerda que “al principio podía dormir, pero sobresaltado, con cualquier ruido, me despertaba. Había noches en que me acordaba de cosas, me daba cuenta de lo que había vivido, del cambio que se había provocado en mí.
Tuve momentos en que, haciendo otras cosas, recordaba; pero con el tiempo se disiparon y pude superarlo. Siempre tuve apoyo psicológico luego de la guerra. Pero algunas cuestiones surgieron por la reflexión a través del tiempo”.

“A nivel social, -agrega- en Córdoba había varias unidades, y estaban lejos del pueblo; no nos recibieron y tampoco hubo un reconocimiento por nuestra labor. Por algo pasaron 30 años del conflicto y seguimos reclamando cosas. Es la vida, no digo que hoy esté bien del todo, algo me quedará, pero, en general, pude superarlo, a nivel personal; no así la falta de reconocimiento. Hay un resentimiento hacia la sociedad, y creo que eso es malo”, concluyó.

“Prohibido olvidar”. Ex combatientes juninenses mantienen vivo el permanente recuerdo del conflicto de 1982.




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