sábado, 1 de abril de 2017

Relatos de Malvinas: Carlos Garrido - Hugo Nelson Astrada



La guerra en primera persona: Carlos
Garrido, su experiencia y su dolor

El ex combatiente participó del conflicto en el Atlántico Sur del año 1982 al estar alistado en el Regimiento Patricios. “Nos hicieron sentir vergüenza porque habíamos perdido la guerra, toda una cuestión psicológica”, rememora treinta años después. 
Carlos Garrido junto
 a un compañero de
armas en el patio del
regimiento de Patricios,
antes de partir a Malvinas

Carlos Garrido quien al momento del inicio del conflicto estaba realizando el Servicio Militar Obligatorio en el Regimiento de Patricios siendo movilizado el martes 13 de abril de 1982. El primer destino en Malvinas fue la zona del aeropuerto y en este punto rememora Garrido un hecho traumático “Al mediodía hubo una orden de salir de ahí, del costado de la costa del aeropuerto (A Dios gracias, porque allí fueron los bombardeos del 1 de mayo), nos mandaron para adentro. Cerca de ahí, nos hicieron armar una carpa y que nos quedáramos. Me mandaron a hacer una guardia y la carpa estaba toda mojada. Fue ahí cuando quise suicidarme, pero pensé en mi vieja… después vino un oficial, me pegó un cachetazo y me hizo correr para que entrara en calor y me dio un jarrito con cognac. No podía hablar, no podía doblar los dedos, estaba congelado. Estábamos todos en la misma,  pero en ese momento me agarró a mi”.

“Habían pasado cuatro o cinco días y ya estábamos acostumbrados al frío, a la mugre. Ya había logrado ir de cuerpo sin papel higiénico; a veces usaba sobres de carta, pero eso fue mucho más adelante, cuando comenzaron a llegarme”, rememora el ex combatiente y agrega: “Si la guerra duró 74 días, habré estado en ese lugar 64 más  una semana que estuve de prisionero. Volví el 22 de junio. Todo esto está escrito, día a día, en el pozo de Malvinas; lo escribió un compañero que lo dejó enterrado, envuelto en plástico porque los ingleses te sacaban todo”.

Prisionero

“Yo volví como prisionero de los ingleses”, recuerda.

“Me acuerdo –dice Garrido- de haber pasado varias revisaciones por parte de ellos. Veníamos caminando en fila y traíamos un arma dividida que la tiramos para un costado. A uno le encontraron un chocolate “Águila” y un soldado se lo sacó, no entendíamos por qué no podía tener un chocolate. Quizás lo quería para él,  pero un cabo primero que estaba con nosotros se lo agarró enseguida y lo pisó, no lo comemos nosotros, pero ellos tampoco”.

Y siguió relatando: “Nos llevaron a un buque inglés en gomones y nos mandaron a la bodega.  Allí me encontré con un amigo de la infancia. Nos dieron de comer una especie de carne con un pancito lactal. Pudimos afeitarnos y pusieron tablas con baldes de agua para lavarnos. Le sacaron toda la autoridad a los cuadros suboficiales: éramos todos iguales. Bajamos en Puerto Madryn, en fila”.

Un largo camino a casa

“Nos hicieron correr y rápido entrar en un galpón. Nos dieron un mate cocido y pan. Nada había cambiado, habíamos hecho todo el sacrificio para volver a lo mismo.  Fue como separarse y tratar de reconquistar a tu pareja, sea hombre o mujer, y decir “vuelvo” y es siempre la misma historia. Pero no había solución, era nuestro país”, señala Garrido cuando habla sobre el regreso al continente tras la guerra.

Y agrega: “De ahí algunos se fueron en un avión, a mi me metieron en otro. Yo quería comer otro pan ¿Sabes lo que era comer un pan? estaba muerto de hambre, pero me gritaban que fuera, que se iba el avión. A todo esto seguíamos con la misma ropa, doloridos, no podíamos caminar por los “pies de trinchera”. Sólo queríamos volver a casa. En el Palomar nos tuvieron un par de días incomunicados, porque no teníamos teléfonos. Sí había uno público; como en mi casa no había teléfono llamaba al de una vecina, pero atendía y se cortaba”.

“Esos días ni comí. Estaba el Mundial y  había una tele color para verlo. Nos dieron de comer de todo. Era como que nos tenían que tranquilizar. Nos hicieron bañar, nos cambiaron la ropa: lo que pedíamos nos daban. Yo estaba con fiebre y vómitos, casi cuarenta de fiebre y no me podía levantar de la cama. Nos hicieron firmar un papel que decía que “Nada había pasado”, algo así, porque sino no salíamos. Firmamos, la cuestión era salir”, recordó.

“Vimos gente afuera que quería saber. Después me enteré que entre esa gente estaba mi viejo había ido desde mi casa, que era lejos, para ver si me veía. Lo hizo por contactos militares, pero no lo dejaron pasar.  De El Palomar, luego de dos días, fuimos al Regimiento, todos bañaditos y cambiados, pero todavía con mugre pegada, si ni siquiera habíamos usado papel higiénico. No salía por más que nos laváramos”, siguió comentando Garrido al referirse al regreso al continente.

Más adelante en su relato, detalla el reencuentro con su familia al arribar al Regimiento Patricios en Capital Federal: “Me acuerdo la cara de mi vieja, abrazándome y yo que no podía hablar. Esto fue el 22 de junio.  Mis hermanas saltaban y mi vieja me miraba para ver si estaba entero. Creo que algunas palabras cruzamos. Lo primero que hice fue irme al club, quería ver a mis amigos. No fue nada de lo que yo esperaba, fue como si me hubieran visto ayer. Algunos me miraban con caras como diciendo “volvió”.

Pero esa vuelta también resultó traumática: “Después vinieron cuarenta días en los que no me bajaba la fiebre; llegué a estar internado, no podía moverme, ni caminar porque continuaba sufriendo pies de trinchera. Empecé a ir todos los días al hospital, dos enfermeras me masajeaban las piernas; también me daban ejercicios respiratorios. Era todo producto de los nervios, es el día de hoy que me pongo nervioso y me falta el aire”.

La reinserción

“A la semana de volver –cuenta-, yo ya quería trabajar; retomar mi puesto en el taller de refrigeración donde estaba antes de la guerra. Volví, retomé el taller, y a fin de año fui a pedir trabajo como veterano de guerra. Me mandaron a la Cámara Electoral. Allá trabajaba de 13 a  19. Todo el día escribiendo a máquina las tarjetas de las elecciones. Luego de un tiempo, dejé el taller y, como tenía amigos que eran dueños de una confitería en el centro, me quedaba con ellos hasta las 5 de la mañana. Veinte años, soltero, no tenía que darle explicaciones a nadie. Incluso mi viejo, cuando llegué, me puso un paquete de dólares en la mano y me dijo “No trabajes, andá y gastalos”. Se la devolví. No me interesaba”.

“Muchas veces –agrega- me invitaron a lugares, a cafés concert, que cuando entraba me aplaudían por haber estado en Malvinas. Pero a mi esa situación me avergonzaba. Era esa vergüenza que nos hicieron sentir al volver porque habíamos perdido la guerra, toda una cuestión psicológica. Yo era pibe, no entendía nada y empecé a decir cada vez menos que era veterano de guerra. Después sí me hizo bien alistarme en los centros de veteranos, porque ya no me sentía solo. Fue muy bueno”.

“Así siguió mi vida, siempre perdido; siempre que llegaba un 2 de abril era llorar y llorar, desaparecer de todos lados.  Pasé noches enteras sin dormir, no podía; de hecho, hoy en día soy de dormir muy poco. Mas de veinte años después, logro estabilizarme laboralmente desempeñándome en el área Veteranos de Guerra dentro del PAMI”, cerró Garrido su relato.


Hugo Nelson Astrada: “No
sabíamos lo que vendría después”


El ex combatiente juninense estuvo embarcado en el portaaviones “25 de Mayo” durante el conflicto bélico de Malvinas.  

Nelson Astrada (foto), cumplió el Servicio Militar Obligatorio incorporado a la Marina, en Puerto Belgrano, Bahía Blanca. Luego del período de instrucción que duró unos 56 días, cada soldado comenzó a ser trasladado a su destino y en este comienzo de su relato, traza un recuerdo de otro joven que había sido incorporado en el mismo tiempo: Ariel Alonso, de la localidad de Morse que lo mandaron a Ushuaia. “Nos habíamos hecho muy amigos, quizás por estar lejos de la familia  cuando se iba alguno ¡era un llanto! Algunos se fueron al Crucero General Belgrano… me podría haber tocado a mí”, rememora.

Su destino fue el portaaviones “25 de Mayo” y cuenta una anécdota de esos primeros días: “Cuando entré en el Servicio Militar me preguntaba a qué me dedicaba y dije que era tintorero, porque tenía experiencia por trabajar en la tintorería. Por eso me destinaron allí, porque se produjo una vacante en el lavadero del portaviones”.

La vida en el portaviones

“Allí la cosa cambió –recuerda-, era mejor la comida. Eso era una ciudad. Tenía 1.500 tripulantes. Salimos a navegar varias veces para hacer pruebas con aviones.  A Junín pude venir de visita recién a los tres meses y medio”.

Sobre la tarea que llevaba a cabo por aquellos días, antes del conflicto, dice: “Cuando salíamos a navegar aparte de nuestra tarea, recibíamos otras instrucciones. Yo por ejemplo era camillero. Durante la navegación podía sonar una sirena y uno tenía que saber cuál era: zafarrancho de abandono donde cada uno tenía que saber dónde estaban las balsas y agruparse en la cubierta que le correspondiera o  zafarrancho de incendio.

A la noche nos encontrábamos todos en la cena: teníamos que hacer la formación con la bandeja, esperar el turno para que nos sirvieran. Charlábamos de todo un poco. Algunos extrañaban más que otros”.

“Creo –agrega- que nunca llegué a conocer el portaviones completo. Tenía 220 metros de largo por 53, y varios pisos para arriba. Me hubiese gustado volver y mostrarle a mis hijos el lugar, pero lamentablemente no está más”.

Los días previos

“Comenzamos a prepararnos como para cualquier navegación, no teníamos idea de lo que se avecinaba”, señala Astrada cuando hace referencia a las jornadas anteriores del 2 de abril de 1982. “La noche del  30 de marzo –cuenta- nos reunieron y nos comentaron que se iban a tomar las Islas Malvinas; que las íbamos a recuperar después de mucho tiempo. Para nosotros era un orgullo, una alegría. No sabíamos lo que vendría después.

Llegamos cuando ya se habían tomado las islas, pero estuvimos muy cerca de la toma. Hasta ahí fue todo alegría. No manejábamos mucha información. Los que estaban en las cubiertas de vuelo que veían salir los aviones quizás sabían un poco más debido al movimiento. Abajo, donde estaba yo, no llegaban muchas noticias”.

Y de esas jornadas recuerda: “En plena guerra, no recuerdo la fecha, fuimos a puerto a buscar víveres. Ya teníamos miedo de que pasara algo; comentábamos con otros compañeros “de está vuelta no sé si volvemos”. Lo tomábamos con un poco de humor pero también con un miedo terrible. Cuando hundieron al Belgrano nos enteramos enseguida, fue el 2 de mayo a las cuatro de la tarde. Hace poco me junté con compañeros que fueron rescatados del agua. Si nosotros estamos mal, doloridos, imagínate ellos”.

“Luego del hundimiento –sigue contando el veterano de guerra juninense- el  portaaviones se retiró un poco. Por los diarios, y por dichos de la propia Margaret Tatcher supimos que la idea de ellos era hundir a los dos. Vivimos días de terror pensando en lo que nos podría haber pasado. Acá el que volvió fue porque tuvo suerte. Lo que te queda es eso, y muchas preguntas ¿por qué? ¿Por qué pasó esto y con tantos chicos? No se puede volver atrás pero son cuestiones que están dentro de cada uno de nosotros. En mi caso está todo ese dolor y sufrimiento; y pienso también en la familia de esos chicos… pienso en cómo hubiera estado mi mamá…”.

“Los padres –acota- la pasaban mal, aparte no siempre llegaba información verdadera. Por ejemplo, cuando llegué mi mamá me comentó que había escuchado que también habían hundido al portaaviones. En los diarios y revistas se comentaba que la guerra se iba ganando, y la gente festejaba. Pero no era tan así como decían”.

El regreso

“Fue como cualquiera de las otras navegaciones que hicimos. Fue en plena guerra, yo me vine de baja, porque mi hermano estaba incorporado hacía dos meses y no pueden estar dos hermanos bajo bandera. El era clase 63”, recuerda.

“Creo que después de mi vuelta, el portaaviones no regresó a las islas. El que me hayan guardado el trabajo durante el tiempo del servicio militar me alivió un poco; porque muchos compañeros quedaron desocupados y nadie los quería tomar después de la guerra”, concluye en su relato el ex combatiente.


ARA Veinticinco de Mayo


El ARA Veinticinco de Mayo (V-2) (POMA), portaaviones ligero (PAL) de la Clase Colossus, fue la segunda nave de este tipo que contó la Armada Argentina, fabricado en el astillero Camell Laird & Co. de Birkenhead, Reino Unido, sirvió en ese país y en la Armada del Reino de Holanda, finalmente fue transferido a la Argentina –fue adquirido en 1968-, donde prestó servicios durante casi 20 años. Por su actuación en la Guerra de Malvinas fue condecorado.

Desde 1970, el barco se constituyó en Nave Almirante de la Flota y participó, anualmente, en varias maniobras y ejercicios y visitó por primera vez el Puerto de Buenos Aires.

En 1982 para la Guerra de Malvinas el buque tuvo una participación activa, cubriendo con sus medios de su GAE (Grupo Aéreo Embarcado),  las operaciones del desembarco del 2 de abril. Hacia fines de abril, se diseñó un ataque por parte de sus aviones Douglas A-4Q, guiados desde los Grumman S-2 Tracker, que ya habían detectado a la flota inglesa. Diversos factores impidieron dicho ataque y ante la posibilidad de ser atacado por los submarinos de propulsión nucleares británicos, fue replegado hacia aguas menos profundas (que imposibilitaban la operación segura de dichos submarinos). De regreso, sus medios atacaron un POSSUB (posible submarino) inglés, con resultado nunca confirmado. Su GAE atacó a las fuerzas inglesas pero operando desde bases en el territorio continental argentino. En reconocimiento por su actuación en la contienda, por Resolución COAR N ° 08/83 se ortorgó a la unidad, la condecoración "Operaciones en Combate".

Hacia fines de 1988 se dispuso un ambicioso programa de modernización del buque en el Astillero Río Santiago que incluiría el cambio de su planta propulsora y toda la electrónica del mismo. La crisis económica desatada en el primer semestre de 1989 pulverizó el presupuesto asignado, y la actualización fue abandonada. El buque no volvió a navegar operativamente.

Varias de sus piezas comenzaron a ser canibalizadas y vendidas a la Marina de Brasil.
Por resolución del Presidente de la Nación Carlos Saúl Menem, (BNC N° 6 del 5 de marzo de 1997) se pasó a la unidad de receso temporario para modificación o modernización a la de radiación para su venta a partir del 1 de febrero de 1997. En el 2000, finalmente, fue enviado al Puerto de Alang (India) donde fue desguazado.





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